El caso práctico de las DeFi
El sistema financiero internacional se articula en torno a una compleja red de intermediarios que gestionan billones de dólares en transacciones diarias. Si bien este entramado ha facilitado históricamente el comercio mundial y el movimiento de capitales, también origina cuellos de botella, ineficiencias y riesgos sistémicos.
La tecnología avanza, pero las instituciones tradicionales continúan profundamente arraigadas, no solo en lo operativo, sino también en lo político y social. Algunas se consideran demasiado grandes para fracasar mientras otras colapsan discretamente. Incluso las entidades más reputadas han visto sus historiales empañados por infracciones regulatorias y conflictos de interés sin resolver.
Estas cifras revelan un problema profundamente estructural. No se trata solo de supervisión, sino de un defecto de diseño.
Y el contexto se agrava porque la frontera entre regulador y regulado resulta difusa. Gary Gensler, expresidente de la SEC, pasó 18 años en Goldman Sachs antes de supervisar Wall Street. Jerome Powell, presidente de la Fed, amasó su patrimonio en la banca de inversión antes de diseñar la política monetaria. Janet Yellen facturó más de 7 millones de dólares en honorarios por conferencias para las mismas firmas que posteriormente reguló como secretaria del Tesoro.
Aunque la experiencia puede ser relevante para el sector público y privado, la llamada “puerta giratoria” entre Wall Street y Washington no es una novedad; es lo habitual.
La Reserva Federal se creó en 1913 tras una serie de crisis bancarias. Ideada por financieros como J.P. Morgan, la Fed es una institución cuasi gubernamental: responde ante el Congreso en teoría, pero actúa con independencia operativa en la práctica.
Su doble mandato quedó formalizado en 1977:
La política monetaria se ha transformado, pero sus herramientas se mantienen: ajustes en los tipos de interés, expansión del balance y operaciones en mercado abierto.
Desde 2012, la Fed persigue explícitamente una inflación anual del 2 %, objetivo que tiene un profundo impacto en el valor de los activos y el poder adquisitivo del dólar estadounidense. Históricamente, los tipos de interés han seguido una trayectoria descendente sostenida.
Con la creciente sofisticación e interconexión de los mercados financieros, el coste de financiación ha bajado.
Desde 2008, el balance de la Fed y el S&P 500 muestran una creciente correlación, lo que plantea interrogantes sobre los efectos a largo plazo de la expansión monetaria.
Algunos sostienen que la supremacía estadounidense le permite imprimir dinero con menores repercusiones que otras economías, y que el estatus de reserva internacional del dólar y la confianza global en las instituciones americanas sirven como colchón frente a la erosión inflacionaria. Sin embargo, no todos los países disfrutan de ese privilegio. En muchos territorios —sobre todo donde bienes y servicios no se fijan en divisas como USD o EUR— las DeFi no son una alternativa, sino una necesidad.
Mientras en las economías desarrolladas se discuten los argumentos teóricos de la descentralización, miles de millones de personas afrontan problemas que la banca tradicional no puede o no quiere resolver: devaluación de la moneda, controles de capital, ausencia de infraestructura bancaria y volatilidad política, factores que generan dificultades financieras cotidianas que requieren soluciones fuera del alcance institucional convencional.
Entre 2021 y 2022, Turquía sufrió una grave crisis económica con una inflación del 78,6 % anual.
Para la ciudadanía, la banca local no ofrecía respuestas eficaces, pero las DeFi sí. Gracias a las monedas estables y los monederos no custodiados, se podía preservar valor, realizar transacciones globales y eludir controles de capital injustos, todo con herramientas de código abierto accesibles para cualquiera.
Estos monederos no requieren cuenta bancaria ni trámites: basta una clave privada o una frase mnemotécnica para acceder a las cuentas en cadena.
A comienzos de 2022, China congeló 1.500 millones de dólares en depósitos de clientes en bancos rurales de Henan. Cuando los manifestantes se reunieron, las autoridades cambiaron sus pasaportes COVID de verde a rojo, restringieron la movilidad y bloquearon la disidencia. En julio, más de 400 000 personas quedaron sin acceso a sus fondos.
La autonomía financiera no está garantizada en los sistemas centralizados, pero las DeFi proponen un modelo alternativo: basado en infraestructuras abiertas y gestionado por código, no por normas regionales.
Los protocolos DeFi han reinventado los pilares financieros: préstamos, créditos, trading, seguros y otros campos, aunque esta innovación trae nuevos riesgos.
Algunos protocolos han colapsado y se han expuesto fraudes, pero el propio mercado selecciona las innovaciones sostenibles. Los supervivientes, como los creadores de mercado automatizados (AMM) y los pools de liquidez, representan la esencia de las DeFi: infraestructuras transparentes y libres que reparten las comisiones de operación entre quienes aportan liquidez, en vez de acumular los beneficios del market making en manos de intermediarios.
https://coincentral.com/defi-liquidity-pool-guide/
Esto supone una ruptura radical respecto a la banca tradicional, donde el acceso a mercados y la provisión de liquidez están restringidos y resultan opacos.
Al menos a corto plazo, las finanzas no serán completamente descentralizadas ni estrictamente centralizadas. El futuro será híbrido, ya que las DeFi no reemplazan totalmente a la banca tradicional, pero sí cubren vacíos que los sistemas convencionales ignoran: accesibilidad, resistencia a la censura y transparencia. En economías limitadas por la inflación regional o la represión financiera, las DeFi ya ofrecen soluciones cotidianas.
En países como Estados Unidos, donde la banca es más segura, los argumentos a favor de los sistemas tradicionales tienen sentido, aunque en la práctica resultan más teóricos. Para la mayoría en economías estables, la banca convencional sigue siendo más cómoda, proporciona protección al consumidor y una fiabilidad que las DeFi aún no igualan. En cuanto los sistemas existentes incorporen la blockchain como capa de liquidación, la teoría será realidad para todos.
Mientras tanto, conviven particulares que buscan soberanía financiera, emprendedores innovando en la frontera y capital inteligente aprovechando los básicos de DeFi para obtener rendimientos ajustados al riesgo superiores a los tradicionales, junto con una importante actividad especulativa de memecoins y airdrops.
“El objetivo de las DeFi no es enfrentarse a la banca tradicional, sino crear un sistema financiero abierto y accesible que complemente la infraestructura ya existente.”
— Vitalik Buterin, cofundador de Ethereum
“Los protocolos DeFi suponen un cambio de paradigma en la infraestructura financiera, ofreciendo alternativas programables y transparentes a los servicios financieros convencionales.”
— Dr. Fabian Schär, profesor de DLT, Universidad de Basilea
“Aunque las plataformas DeFi aportan innovaciones tecnológicas prometedoras, todavía tienen que adaptarse a un marco que proteja a los inversores y garantice la integridad de los mercados.”
— Gary Gensler, ex presidente de la SEC
En una época de volatilidad económica y desconfianza institucional, los sistemas descentralizados empiezan a mejorar los canales de pago heredados y las operaciones financieras gracias a los nuevos atributos que aporta la blockchain.
La arquitectura DeFi —sin permisos, global y transparente— libera nuevas capacidades financieras. Rompe barreras de geografía, estatus y control institucional. Los contratos inteligentes automatizan la complejidad, reducen los gastos y eliminan fricciones que la infraestructura tradicional no puede resolver.
Hay riesgos, pero también avances significativos.